Dos horas después él sigue avanzando hacia adelante, pero la ciudad no termina. Hace tiempo había límites, había dragones, indómitos guardas apostados en las fronteras para proteger los pasos. Para que no entrara nadie desde afuera -para que no las sobrepasara nadie desde dentro. Ahora los gigantes reciben pensiones honoríficas y cuentan tranquilos historias de desertores y de incursiones bárbaras, pero ya nadie les cree.
Ahora la ciudad no necesita guardas – ella misma es el guarda.
La ciudad se extendió como una mancha, se estiró, se desperezó y fuera de ella ya no existe nada. Y sin embargo, sus límites se estrecharon, las fronteras se multiplicaron. Se colocaron barras y se elevaron alambres de espinos por todas partes. En cada patio, en cada pasillo, en cada apartamento. Colocaron puestos de vigilancia en las azoteas y los vecinos alternan turnos. Acogió la ciudad entera su dogma defensivo unitario y los vecinos con el arma por montera, insomnes esperan tras su blindada epidermis a que su propio yo venga escondido y sin hacer ruido a saquearlos. Todos custodian algo, todos acechan a alguien. Todos creen que esconden algo precioso dentro de sí, pero de tanto defender, olvidaron qué es lo que los hace diferentes y bajo los uniformes y los cables todos parecen iguales.
Ahora la ciudad no necesita guardas – ella misma es el guarda.
Ahora la ciudad no necesita guardas – ella misma es el guarda.
La ciudad se extendió como una mancha, se estiró, se desperezó y fuera de ella ya no existe nada. Y sin embargo, sus límites se estrecharon, las fronteras se multiplicaron. Se colocaron barras y se elevaron alambres de espinos por todas partes. En cada patio, en cada pasillo, en cada apartamento. Colocaron puestos de vigilancia en las azoteas y los vecinos alternan turnos. Acogió la ciudad entera su dogma defensivo unitario y los vecinos con el arma por montera, insomnes esperan tras su blindada epidermis a que su propio yo venga escondido y sin hacer ruido a saquearlos. Todos custodian algo, todos acechan a alguien. Todos creen que esconden algo precioso dentro de sí, pero de tanto defender, olvidaron qué es lo que los hace diferentes y bajo los uniformes y los cables todos parecen iguales.
Ahora la ciudad no necesita guardas – ella misma es el guarda.
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